En el segundo que la cascada se funde en el río,
la urgencia pulula expectante.
Pasé la aguja a través de la tela
intentando desentramar los hilos descocidos,
enredados de tu prenda...
tan quebradizos como huesos frágiles.
Me asomé a la ventana,
quise contemplar la noche negra,
quizás jugar con las estrellas
y cantarle a tu luna.
Pero la ventana se cerró, despiadada
luego de ser testigo
de crímenes cometidos, impunes
a un alma transparente si bien difícil de leer,
como un misterioso libro abierto.
Me duermo y despierto de otro sueño,
el sol brilla alto, los cardenales cantan
pero la luz no me toca.
Después de tus puntadas
mis manos están tensas, heridas
envueltas en mi pelo mientras me ovillo.
Las nubes se cierran y sólo oigo la llovizna
y la llovizna se torna chaparrón.
Y mientras cae descarada
alivia la tensión.
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